Han sido motivo de las más sublimes creaciones artísticas por su hermosura y brillantez sobre el manto negro de la noche, y sin embargo tienen el mismo destino que los humanos: la inexorable muerte. Las estrellas tienen su origen en nubes de hidrógeno, las cuales van aumentando su masa hasta convertirse en protoestrellas.
La evolución de las estrellas es muy lenta, llegando a durar hasta billones de años. Hacia el final de su vida, estos cuerpos celestes degeneran en estrellas gigantes rojas debido a que han consumido la mayoría de hidrógeno que poseen en su interior. A medida que el hidrógeno se hace menor, el helio comienza a aumentar y se acumula en su centro.
Dado que el núcleo de helio no soporta el peso de la estrella y no puede frenar su contracción, esta aumenta de volumen y cambia su color a rojizo, pudiendo alcanzar un radio aproximado de hasta 100 millones de kilómetros. De esta forma las estrellas consiguen alargar su vida en varios millones de años. De ahí en más, su futuro depende de la masa inicial con la que se formaron. Finalmente mueren.
Nuestro Sol se convertirá en aproximadamente 5 mil millones de años en una estrella roja, y después de algunos millones de años más se convertirá en una estrella gigante roja de la rama asintótica gigante, lo que significa que el Sol expulsará su masa en forma de nebulosa planetaria.
Una vez terminado este proceso se convertirá en una enana blanca y una vez que llegué a enfriarse totalmente, terminará como una enana negra, fría e invisible en el espacio. El 97% de las estrellas existentes en el espacio se convertirán alguna vez en enanas blancas. El 3% restante estallará convertida en una supernova.
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