Sirio: La estrella adorada por la civilización egipcia

Estamos acostumbrados a que el Sol sea nuestra referencia en cuanto a estrellas, tal vez por ser el centro de nuestro sistema cósmico.

                                     

Pero a las antiguas culturas les resultó sumamente atractivo éste luminoso cuerpo celeste, que está comprobado ser una vez y media más grande que la estrella que nutre de calor al Sistema Solar.

Sirio, con su color blanco azulino, es la estrella más brillante del firmamento vista desde la perspectiva de la Tierra, ya que la magnitud de su luminosidad es la mayor después del Sol, de la luna y de algunos planetas resplandecientes como Venus. Se encuentra ubicada relativamente cercana al Sol, en la constelación del hemisferio celeste Sur Canis Major (El Can Mayor), aproximadamente a 8,7 años luz.

Desde la antigüedad la estrella Sirio ha cautivado la atención de las civilizaciones y de la comunidad científica. Los egipcios, conocidos por sus estudios de astronomía, usaron la estrella para fijar el comienzo del año. El día en que Sothis, como la denominaron, aparecía en el horizonte justo antes de la salida del sol era el primer día del año y el comienzo del festival de la diosa Isis. Con ello también se marcaba la época de las inundaciones del Nilo y, por consiguiente, la consideraban anunciadora de la buena cosecha. Es por esta valoración que los egipcios tenían del astro, que muchos templos fueron construidos de forma que la luz de Sirio iluminara las cámaras interiores.

Los astrónomos la consideran como una estrella binaria, es decir; como un sistema estelar compuesto de dos estrellas que orbitan mutuamente alrededor de un centro de masas común, ya que se ha demostrado que posee una pequeña compañera, una estrella Enana blanca que gira a su alrededor cada 50 años, pero que no es visible a simple vista porque es de poca luminosidad.


Es en el año 1844 que Friedrich Bessel, analizando las variaciones en el movimiento particular de Sirio, dedujo la presencia de otro cuerpo celeste como responsable de la pequeña alteración en su órbita. Ésta, una estrella muy débil, ahora llamada Sirio B, fue observada casualmente en 1862 por el norteamericano famoso por construir grandes objetivos para telescopios refractores, Alvan Graham Clark. Aunque fue sólo hasta años después que se logró entender su naturaleza de Enana Blanca.

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